Los jóvenes herederos de los randes divulgadores hablan de ciencia desde un lugar que conocen: las Redes Sociales y la Inmediatez Tecnológica.

Están lejos en el tiempo de los viejos VHS de la serie “Cosmos”, de Carl Sagan, pero no los separan de aquel famoso divulgador más que los años y, quizás, los pixeles de la alta definición.

Muchos los llaman “divulgadores 2.0” porque se valen de otras herramientas y canales para decir lo mismo que Sagan: que la ciencia no está reservada solamente para  quienes pueden decodificar su idioma si no que le pertenece a la humanidad entera. Con las redes sociales y la inmediatez de la tecnología de su lado, logran llegar a millones de personas curiosas que quieren entender cómo funcionan las cosas.

Ni más ni menos. Prosumidor de la nueva época de la divulgación, Andrés Rieznik es científico, “matemago” y divulgador y entiende que, de una época a esta parte, las cosas han cambiado en el mundo divulgador. “Para empezar, Internet, que facilitó el acceso a contenidos que antes eran muy difíciles de conseguir. Pero también en mi campo hubo un desplazamiento grande de la física hacia la biología y eso ayudó mucho.

En la década de 1980 se vivió lo último del auge de la física de mano de la bomba atómica y la carrera espacial, que la hicieron muy popular. Pero ahora se habla de biología, neurociencia y genética en un lenguaje más cercano a los jóvenes porque muchos resultados de estas áreas se pueden divulgar sin un bagaje matemático pesado y tratan de temas más cotidianos”, explica.

Quien también confirma este cambio de época es Claudio Sánchez, ingeniero Industrial de la Universidad de Buenos Aires y profesor de Física en la Universidad de Flores. “Cuando era más joven la divulgación era muy escasa, se limitaba a Isaac Asimov y, muy por debajo, estaban otros autores de culto”, relata.

En su opinión, el punto de quiebre en nuestro país fue la colección “Ciencia que ladra”, una de las primeras editadas en el país pero, más importante, escrita por argentinos. Sánchez escribió numerosos libros entre los que se destacan “Físicamente: todo lo que sé de ciencia lo aprendí mirando Los Simpson” y “La ciencia en el País de las Maravillas”.

Todos ellos explicando la ciencia desde el lugar que ocupa en la cultura popular. “Mi especialidad siempre fue buscar cómo aparecía la ciencia narrada en un ámbito que no era científico, en la publicidad, el cine, el arte o el deporte”, relata el comunicador que, si bien lleva 30 años dedicándose a esto, supo acomodarse bien a la demanda actual como atestiguan la transformación de su libro sobre la familia Simpson en una página de Facebook que dispara memes de ciencia y filosofía “homerística” como sus intervenciones en los eventos TED nacionales.

Con un pie en cada lado, Nadia Chiaramoni es doctora en biotecnología pero, cual superhéroe, algunas noches se disfraza para convertirse en standupera científica. También es mujer, otra novedad en la divulgación contemporánea. Junto con otra camada de científicos, se “recibieron” de standuperos (el nombre con el que se designa a aquellos que hacen stand-up) de ciencia gracias a un curso del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT) y se volvieron a juntar para formar el grupo “Popper”, un guiño al filoso científico del mismo nombre. Dice que en clave de humor “se pueden explicar conceptos pesados, aunque yo opté por divulgar la vida del científico para que vean que somos accesibles. Hablo de mujeres científicas, de mujeres ignoradas en la ciencia por machismo, y de cómo hicieron para conciliar, allá en el 1900, atender al marido con estar en un laboratorio”, explica.

Ciencia que maúlla

El ejemplo por antonomasia de la comunicación científica 2.0 es, sin dudas, el fenómeno de “El Gato & La Caja”. Pisando los 100.000 seguidores en Facebook, dos anuarios publicados y un experimento en vivo que involucró miles de personas, el puñado de científicos que forman las filas del proyecto apuestan a dejar patas para arriba la divulgación clásica de la ciencia.

“Perdí mi apellido, ahora soy Pablo Gato,” se ríe Pablo González, biólogo de la UBA que pone la lupa en biología molecular, una de las tantas cabezas de esta hidra científica. Para él, comunicación y ciencia son dos caras de la misma moneda y una sigue a la otra de manera natural. Pero muchas veces sentían que la divulgación no le hablaba, justamente, a la gente común, aquella que es curiosa pero que no necesariamente estudió ciencia aplicada en la universidad. “En un momento nos dimos cuenta que, entre nosotros, teníamos conversaciones cotidianas que nos emocionaban. La idea central del proyecto no es hablar de ciencia para que haya más información disponible sino transmitir una forma de ver el mundo. Al biólogo y al diseñador nos gustan las mismas cosas vistas desde lugares distintos. Tratamos de llevar eso a tanta gente como es posible”, explica González en referencia a los otros dos socios fundadores del movimiento, Facundo Álvarez, biólogo de la UBA especializado en neurofisiología, y Juan Manuel Garrido, diseñador gráfico de la misma casa de estudios.

“El gato” —como muchos de sus seguidores se refieren al proyecto—pretendía ser el producto que sus propios fundadores querían consumir pero no podían porque no había nada parecido en el mercado. Por eso el tono de los artículos es parecido al de sus fundadores: hay una buena dosis de ironía, humor y actualidad. El soporte que lo hizo posible fue Internet, no sólo por ser masivo sino también por un tema de costos.

Para los fundadores, en el nombre mismo del proyecto está su esencia. “La idea del gato de Schrödinger nos pareció hermosa porque es una forma de plantear una duda —¿vivo o muerto?—que hizo pensar a los más grandes de su época. Fue una irreverencia de Schrödinger, una falta de respeto y una pregunta. Y todo eso es ‘El gato’. Y sí, también porque parece el nombre de un boliche turbio”, admite uno de ellos. Y, agregan, que la risa como herramienta para divulgar siempre es efectiva: porque hace que otros bajen la guardia. “Como estrategia funciona. En ese acto imposible de comunicar tengo la esperanza de que algo haya llegado si te reís”, explica el biólogo, y agrega que no ve una contradicción con la seriedad que amerita la investigación científica porque “hay una diferencia entre lo serio y lo solemne. Ser serio es trabajar al tope de tus capacidades, no es sentarse derechos”.

Arañazos dialécticos

A diferencia del humor por el humor mismo, la comunicación científica se debe a sí misma una cuota de rigurosidad y compromiso con la verdad de la que otras áreas de la comunicación pueden prescindir. Entre dos mundos, los divulgadores se debaten entre el rigor y el entendimiento. “No hay que subestimar la inteligencia pero sí el vocabulario. Requiere más tiempo profundizar, pero también calás más hondo”, opina Rieznik.

“Es como hacer equilibrio con una soga, entre rigor y claridad, pero siempre se empieza con la claridad y, en la medida de lo posible, se va agregando rigor”, agrega Sánchez. Para Chiaramoni, la diferencia radica en que “el humor de ciencia requiere de premisas más largas y difíciles”. Además, agrega que el humor corriente tiene que ser verosímil pero “el humor de divulgación tiene que tener coherencia con los hechos”. Para sortear estas dificultades, hay estrategias. El “matemago” Rieznik, por ejemplo, explica que “al principio trato de captar la atención con algo antes de profundizar. Así llegué a explicar las desigualdades de Bell en un evento en una empresa.

Me gusta el estilo de Richard Dawkins y Steven Pinker, que confían en que se puede entender todo si se va paso a paso”. Otro truco, reside en “mostrar cómo alguien creía que entendía algo pero mostrarle que no lo entiende, inducirlo al error y ganar la atención para sorprender con la explicación”. Rieznik intenta cerrar sus conferencias con una reflexión filosófica pertinente, por ejemplo, qué hay antes del Universo o cuál es la relación entre mente y materia, y mostrar cómo la ciencia puede ayudar a resolverlas. “A veces también recito poemas o hago magia. Es como meter la ciencia en un caballo de Troya.

” A diferencia de sus antepasados, los nuevos divulgadores no sólo no tienen miedo sino que promueven el debate público sobre la política y la vida, condimentado con ciencia. Las publicaciones de “El Gato” no hablan sólo de cómo es el ciclo reproductivo de un animal marino, sino también cómo funciona el cerebro bajo los efectos del LSD, cómo el asado del domingo atenta contra la biodiversidad y de la biología detrás del aborto. “No creo que se pueda hacer otra cosa que no sea hablar de ciencia y política. La ciencia corre un riesgo si no se conecta con lo popular. Es una cuestión moral para nosotros”, afirma González y toma posición junto a otros divulgadores que se enfrentan a dificultades similares.

“La religión es un tema tabú y provoca mucha se nsibilidad social. Es difícil tratarlos sin ofender a nadie. En algunos casos se trata de cierta corrección política y en otros de áreas sensibles para las personas. Las pseudociencias, como la homeopatía o el psicoanálisis, también ponen resistencia”, relata Rieznik. Chiaramoni lamenta que aún no se pueda tocar temas femeninos desde el punto de vista de la ciencia, como el aborto. “Me gustaría tener el valor de hablar del tema sin temer represalias, porque muchas mujeres vienen a los shows.” “El gato” quiere maullar más fuerte. “Nos encontramos de golpe con que además de comunicación podemos hacer investigación, algo para lo que ‘El gato’ no nos deja tiempo”, explica González, que ya cuenta con dos artículos científicos creados junto a la comunidad. En este sentido, el proyecto es más que una comunidad; genera conocimiento.

Además, preparan la exportación a otros formatos de preferencia para las nuevas audiencias como los podcast o videos. Pero desde “El gato” admiten que lo que sea que venga, va a necesitar dinero, y ellos tienen en claro qué modelo de negocio prefieren. “Creo en la economía de la confianza, queremos que el producto siga siendo gratis”, explica González. Por eso, ven con buenos ojos el crowdfunding, con el que pudieron financiar su primer libro. Ahora, pretenden hacerlo en su propia plataforma, sin intermediarios, para que la comunidad elija en qué proyectos quieren ver invertido su dinero.

El objetivo final es profesionalizar el sitio y poder pagar por cada contenido a los colaboradores. Sin esa primera inyección de plata hubiese sido imposible crecer.” La misma tecnología, que permitió que las ideas de estos divulgadores tengan mayor impacto, aparece, también, como la manera de hacer sustentables los emprendimientos. Lo bueno, si se comparte, dos veces bueno.

Matías Castro
INFOTECHNOLOGY